Todas las virtudes de Weber, que al mismo tiempo son las virtudes del romanticismo, tienen aquí su más bella expresión: la melodía vital, entusiasta, tierna, conmovedora, con carácter y noble; la armonía concentrada en puntos de tensión, en el camino que va de Mozart a Wagner, pasando por Beethoven. El estreno de El cazador furtivo en el Teatro Real de Berlín, el 18 de junio de 1821, no sólo significó la indiscutible victoria de Weber, sino una de las fechas más importantes de la historia de la ópera alemana.
Ópera romántica en tres actos. Texto de Johann Friedrich Kind.
Personajes: Ottokar, príncipe de Bohemia (barítono); Kuno, guardabosques del príncipe (bajo); Agathe, su hija (soprano); Ánnchen, una joven pariente (soprano); Raspar, primer aprendiz de montero (bajo); Max, segundo aprendiz de montero (tenor); Samiel, «el cazador negro» (papel hablado); un eremita (bajo); Kilian, un campesino rico (tenor o barítono); cazadores y sus comitivas, doncellas, campesinos, músicos, apariciones fantasmales.
Lugar y época: En la zona boscosa de los Súdeles, hacia 1650, después de la Guerra de los Treinta Años.
Argumento: La obertura, que se ha hecho sumamente popular, adelanta algunas melodías de la ópera. Describe la suave penumbra del bosque alemán, a través de cuyo techo de hojas pasan los rayos del sol, los misterios fantasmales del monte de los lobos, la alegre vida del pueblo y por último el júbilo de las victorias del amor. Una alegre muchedumbre celebra en una taberna del bosque la fiesta de los tiradores. A Kilian lo aclaman rey de los cazadores. Ha vencido a Max, el aprendiz de montero de Kuno (guardabosques del príncipe) y novio de Agathe, la hija de éste. Cuando los campesinos se burlan de él, Max se enfurece, pero el guardabosque llega a tiempo para impedir que se llegue a las manos. En su comitiva se encuentra Kaspar, que dice que la continua mala suerte de Max en el tiro es consecuencia de un maleficio. El bondadoso guardabosque le dice que se calle, pero se vuelve preocupado hacia Max, a quien quiere como a un hijo. Le recuerda que al día siguiente ha de presentar la llamada prueba de tiro, de la que depende su futuro: la casa del guardabosque, que algún día heredará, y la mano de la amada. Todo tipo de leyendas rodea esta tradicional prueba de tiro; en el pueblo se murmura acerca de «balas mágicas», que el diablo entrega a quien le vende el alma; el tirador puede dar con seis de ellas en el blanco que elija, por muy lejano y difícil de alcanzar que sea, pero la séptima la dirige el diablo. Según se dice, más de un aprendiz de guardabosques ha caído víctima de aquella satánica práctica. Pero la alegre muchedumbre no piensa en la aparición del diablo: el día es hermoso, la fiesta ha de terminar con un baile; Weber comienza un vals (hasta qué punto se sentía cómodo con esta forma, nueva para la época, lo demuestra su Invitación a la danza, de 1819), vals que, para adecuarse al medio, suena un poco campesino, provinciano. Sólo Max se queda atrás cuando todos se dirigen al interior de la taberna. Oscurece. Con una violenta agitación interior recuerda los tiempos en que recorría alegremente los bosques y los campos y ninguna de sus balas fallaba. La alegre y confiada melodía se interrumpe, de repente suena un acorde que en esta ópera indica siempre la presencia de un poder sobrenatural. Es como si en la profunda oscuridad que ha caído, entre los matorrales, anduviera una figura demoníaca inadvertida por Max. El honrado aprendiz de cazador siente una presencia opresiva de la que no puede defenderse. Kaspar regresa con él. A pesar de que Max, en lo más profundo de su alma, desconfía de su misterioso compañero, se deja llevar por su charla. Max conoce las anécdotas sobre las balas mágicas; ha oído decir que los cazadores desleales vendieron su alma al diablo y obtuvieron a cambio siete balas. Seis que aciertan infaliblemente según los deseos del cazador; pero la séptima la dirige el maligno. Max se angustia cuando Kaspar orienta la conversación hacia el tema de la prueba de tiro, que será al día siguiente. Quiere regresar a su casa, pero Kaspar se las arregla para retenerlo. ¿Qué diría Agathe, que espera un buen signo para el día siguiente, si Max regresa sin una sola presa? Kaspar señala un lugar alto en el cielo casi oscuro; allí vuela en círculos un ave de rapiña. Max rechaza la propuesta, el águila está fuera del alcance de cualquier escopeta. Pero Kaspar le pone su arma en las manos, y Max dispara casi involuntariamente. El gigantesco pájaro cae muerto a sus pies. Kaspar tiene completamente en sus manos a Max, que está preocupado por su futuro y por el de Agathe. Lo cita a medianoche en el monte de los lobos. El acto termina con un canto triunfal de Kaspar, aliado del mal.
El acto segundo se desarrolla en la casa del guardabosque, aquella misma noche. El cuadro del fundador de la familia ha caído de la pared y ha herido ligeramente a Agathe en la frente. Agathe ve en ello una mala señal (sin saber que en el mismo instante Max ha abatido al águila con una bala mágica de Kaspar), pero la encantadora Ánnchen entona la alegre canción «Kommt ein schlanker Bursch gegangen», cuya poesía y música populares han contribuido tanto al éxito de esta ópera. Luego deja sola a Agathe, que es más tranquila y más seria que ella; Agathe, atribulada por una preocupación inexplicable, espera a su amado con nerviosismo. Entona una gran aria, que se cuenta entre lo más bello que ha producido la ópera romántica alemana: después de un breve recitativo sigue una oración íntima: «Leise, leise, fromme Weise». Pero el corazón de Agathe no quiere tranquilizarse. Llena de angustia, oye los ruidos de la noche, hasta que por fin oye pasos, y el aria termina con la melodía jubilosa que ya había coronado la obertura. Entra Max, visiblemente preocupado. Rápidamente enseña a su novia el águila abatida. Agathe se angustia porque el joven tiene que irse en seguida, supuestamente para ocultar un ciervo muerto en el monte de los lobos. Una tormenta parece estar a punto de desatarse y las dos jóvenes intentan inútilmente retener al cazador. El cuadro siguiente describe el monte de los lobos de noche y se cuenta entre las escenas más grandiosas de la ópera romántica. Muestra un paisaje lúgubre: troncos de árboles abatidos por el rayo, el bosque lleno de búhos donde constantemente se encienden misteriosas luces mientras el agua de las cascadas cae en el abismo. La pálida luna aparece detrás de las nubes de tormenta. Coros invisibles subrayan lo inquietante de la escena. Kaspar está ocupado con ceremonias mágicas; construye un círculo de piedras alrededor de una calavera. Aparece Samiel, el diablo, en figura de «cazador negro». El plazo de Kaspar ha terminado. Su vida será prolongada sólo si consigue llevar una nueva víctima. Kaspar ofrece el alma de Max. El diablo acepta. Aparece Max, al principio retrocede asustado, pero pronto, con gran sufrimiento en el alma, se sienta al lado de Kaspar, que prepara la magia. Weber y su libretista rodearon esta escena de la lobera con abundancia de horrores románticos, especificaron con exactitud los fenómenos que debían aparecer y los dotaron de la música correspondiente. La tormenta estalla mientras se funden las balas con que Max espera conseguir al día siguiente la casa del guardabosque y la novia. En el punto culminante del sortilegio aparece el diablo. Entonces suena la una, la aparición se desvanece, la naturaleza se calma y Max se levanta.
El acto tercero se desarrolla otra vez en la casa del guardabosque Kuno. Después de la noche de tormenta ha comenzado el día en que Agathe debe unir su destino al de Max, si el joven cazador pasa con acierto la prueba de tiro. Una íntima cavatina expresa los sentimientos puros de la novia. Ánnchen entra en la habitación. Agathe le confía sus preocupaciones: ha tenido sueños inquietantes. De nuevo es Ánnchen, con su alegre humor, quien trata de eliminar las arrugas de la frente de Agathe, esta vez con la cómica descripción de un sueño y una alegre canción. Ya se acercan las doncellas de honor de la novia; su melodía se ha hecho muy popular. Los malos presagios no dejan de angustiar a Agathe: el cuadro del viejo Kuno ha vuelto a caerse de la pared la noche de la tormenta, y cuando Ánnchen quiere sacar de la caja la corona de novia, ve con horror que es una corona fúnebre. Rápidamente teje un adorno para el cabello de la novia con las rosas blancas que le ha regalado un piadoso eremita; y las muchachas vuelven a entonar la canción de la corona de la doncella. El último cuadro muestra un bello paisaje boscoso. En las tiendas del príncipe se han reunido huéspedes encumbrados. Un animado coro masculino saluda a Ottokar y su séquito, que han ido a la prueba de tiro. El príncipe señala una paloma blanca posada en un árbol cercano: ella será el blanco de Max. Poco antes, el joven ha dado sorprendentes pruebas de puntería. El blanco parece fácil. Pero cuando dispara suenan dos gritos y dos personas caen al suelo: Agathe, que acaba de llegar, y Kaspar, que estaba oculto detrás de los árboles. El horror se apodera de todos los presentes. Max se ha arrodillado junto a Agathe, que pronto vuelve en sí: Kaspar en cambio se revuelve en su propia sangre; muere maldiciendo al cielo y a Samiel, que lo ha traicionado. Max confiesa su error, y Ottokar quiere desterrarlo de por vida. Entonces sale del bosque el eremita, venerado por todos como hombre santo. Se manifiesta contra la prueba de tiro, que ha puesto en manos del diablo a un joven honrado y ha destruido la felicidad de dos jóvenes. Max ha pecado por amor. Que el príncipe le conceda un plazo. Si continúa siendo honrado, la casa del guardabosque y la muchacha deberían pertenecerle. El príncipe se inclina ante el sabio eremita. Que así sea y que nunca más sea necesaria una prueba de tiro para conocer el valor de un hombre.
Fuente: El joven romanticismo alemán tenía predilección por las historias de espíritus y de fantasmas. La existencia de fuerzas sobrenaturales en la naturaleza fue tema de innumerables historias, novelas y piezas de teatro. Weber conocía ampliamente esta literatura y sobre todo una historia que trataba de una boda que había estado a punto de suspenderse por culpa de un maleficio. Fue él quien dio a su libretista la idea de Der Freischütz.
Libreto: Weber participó también en la elaboración del libreto, como sabemos por sus cartas. Era un hombre profundamente religioso, y tal vez no nos equivocamos si suponemos que fue él quien modificó en sentido cristiano esta historia tomada del Gespensterbuch de Apel. En Der Freischütz-, el hombre bueno —aquí la pureza de Agathe— está bajo la protección del cielo; el poder del mal (que triunfa en la historia de Apel) se quiebra contra la fortaleza de la fe. El libretista Kind no era un gran poeta, pero poseía una vena natural y popular con cuyo auxilio dio a la obra el atractivo que la hizo famosa y apreciada. La naturaleza y el paisaje son más que decorados: son el terreno en que florece el argumento y cobran vida los personajes. Sobre todo es el bosque alemán el que encuentra en Der Freischütz su transfiguración romántica. Es el lugar de la paz interior, de la reflexión y la meditación, de los sueños no turbados, de los sentimientos nobles, de la vida misteriosa, apartada de la cotidianidad, pero también es el escenario de los espíritus, del maleficio, de las acciones nocturnas de los fantasmas: un mundo aparte en el que el primer romanticismo pudo dar vida a sus anhelos. Por otro lado, la concepción de los caracteres es algo simple e ingenua, pero ha creado tipos que produjeron una fuerte impresión en la parte más sencilla del público y que todavía hoy convencen; de hecho, apenas han perdido popularidad.
Música: La parte más exigente del público se atiene a la música. Todas las virtudes de Weber, que al mismo tiempo son las virtudes del romanticismo, tienen aquí su más bella expresión: la melodía vital, entusiasta, tierna, conmovedora, con carácter y noble; la armonía concentrada en puntos de tensión, en el camino que va de Mozart a Wagner (que ya se anuncia), pasando por Beethoven. El teatro musical alemán no conocía hasta entonces ninguna forma que no fuera el Singspiel: números cantados unidos por abundantes pasajes hablados. Pero Weber intenta ya síntesis musicales más largas, como se ve claramente, por ejemplo, en la escena del monte de los lobos (que a su vez tiene un precedente innegable en la escena del orador de La flauta mágica de Mozart). Weber poseía el don —y ésa es tal vez su ventaja más grande, entre muchas otras— de inventar melodías que poco después de su aparición podían quedarse en el oído y en el corazón del oyente. Pocas óperas tienen tantas piezas que se han vuelto populares como Der Freischütz; es innecesario enumerarlas, pues incluso hoy son casi tan conocidas como en la época de su creación. El arte de la instrumentación de Weber merece que digamos algo. Como director de orquesta supo lograr nuevos matices sonoros para la orquesta. También en este ámbito seria difícil pensar en un Wagner sin Weber. Sin embargo, considerar a Weber sólo como un eslabón entre los más grandes, Mozart, Beethoven y Wagner, seria injusto. Weber es lo bastante importante para ocupar un lugar en la historia de la música muy cercano a esos maestros. Las partes que creó en Der Freischütz son fundamentales para cualquier cantante de habla alemana; el tierno lirismo de la «dramática juvenil» Agathe; la movilidad dramática y vocal de la tiple ligera Ánnchen; el tenor expresivo y casi «heroico» de Max; Kaspar, el prototipo del malvado. Por lo tanto, una pieza magistral, tanto para los cantantes jóvenes como para el público juvenil.
Historia: En la primavera de 1810, Weber permaneció en el castillo de Neuburg, cerca de Heidelberg; allí leyó el Gespensterbuch de August Apel y Friedrich Laun, recién aparecido. Es posible que la idea de hacer una ópera con la historia de «El cazador furtivo» se concibiera ya entonces. Preparó un guión con este argumento, basado probablemente en un juicio celebrado en Bohemia en 1710. Pero el plan descansó durante siete años. Sólo en febrero de 1817 habló Weber sobre él con el ex abogado Johann Friedrich Kind, que había adoptado el oficio de poeta. De una carta del 19 de febrero de ese mismo año se desprende que Kind emprendió el trabajo de inmediato; de común acuerdo, la ópera habría de llamarse Der Probesschuss, «La prueba de tiro». Gracias a Weber, sabemos que el 3 de marzo el libreto estaba terminado y que le habían cambiado el título por el de Die Jagersbraut, «La novia del cazador». El compositor comenzó a escribir la música el 2 de julio de 1817, pero es posible que ya hubiera concebido algunas melodías. El trabajo duró casi tres años, ninguna otra obra del compositor había exigido tanto tiempo; el 13 de mayo de 18l0 quedó terminada la partitura.
El estreno en el Teatro Real de Berlín, el 18 de junio de 1821, no sólo significó la indiscutible victoria de Weber, sino una de las fechas más importantes de la historia de la ópera alemana. El entusiasmo por la nueva obra repercutió ampliamente y se basó en diferentes sentimientos: el musical y, no en último término, el nacional. Era la época en que crecía la conciencia nacional alemana, que había cristalizado en la lucha contra Napoleón y tendía cada vez más nítidamente hacia la unión política del imperio. Con esta conciencia había igualmente una fuerte movilidad social: las mejores fuerzas de la burguesía fortalecían sus posiciones frente a la debilitada aristocracia. Por este motivo, Der Freischütz, que contiene muchas de estas cosas, se convirtió en la expresión ideal de la joven burguesía nacionalista, su éxito superó al de la mayor parte de las óperas románticas alemanas de entonces, pues había acertado plenamente al describir el espíritu de la época: a pesar del estilo «alemán», esta obra cruzó rápidamente las fronteras. Se sabe que en 1824 fue representada en Londres nada menos que en nueve teatros a la vez, lo que hoy parece casi increíble. En 1825, ya había llegado a Nueva York. Hoy su difusión es totalmente internacional
Personajes: Ottokar, príncipe de Bohemia (barítono); Kuno, guardabosques del príncipe (bajo); Agathe, su hija (soprano); Ánnchen, una joven pariente (soprano); Raspar, primer aprendiz de montero (bajo); Max, segundo aprendiz de montero (tenor); Samiel, «el cazador negro» (papel hablado); un eremita (bajo); Kilian, un campesino rico (tenor o barítono); cazadores y sus comitivas, doncellas, campesinos, músicos, apariciones fantasmales.
Lugar y época: En la zona boscosa de los Súdeles, hacia 1650, después de la Guerra de los Treinta Años.
Argumento: La obertura, que se ha hecho sumamente popular, adelanta algunas melodías de la ópera. Describe la suave penumbra del bosque alemán, a través de cuyo techo de hojas pasan los rayos del sol, los misterios fantasmales del monte de los lobos, la alegre vida del pueblo y por último el júbilo de las victorias del amor. Una alegre muchedumbre celebra en una taberna del bosque la fiesta de los tiradores. A Kilian lo aclaman rey de los cazadores. Ha vencido a Max, el aprendiz de montero de Kuno (guardabosques del príncipe) y novio de Agathe, la hija de éste. Cuando los campesinos se burlan de él, Max se enfurece, pero el guardabosque llega a tiempo para impedir que se llegue a las manos. En su comitiva se encuentra Kaspar, que dice que la continua mala suerte de Max en el tiro es consecuencia de un maleficio. El bondadoso guardabosque le dice que se calle, pero se vuelve preocupado hacia Max, a quien quiere como a un hijo. Le recuerda que al día siguiente ha de presentar la llamada prueba de tiro, de la que depende su futuro: la casa del guardabosque, que algún día heredará, y la mano de la amada. Todo tipo de leyendas rodea esta tradicional prueba de tiro; en el pueblo se murmura acerca de «balas mágicas», que el diablo entrega a quien le vende el alma; el tirador puede dar con seis de ellas en el blanco que elija, por muy lejano y difícil de alcanzar que sea, pero la séptima la dirige el diablo. Según se dice, más de un aprendiz de guardabosques ha caído víctima de aquella satánica práctica. Pero la alegre muchedumbre no piensa en la aparición del diablo: el día es hermoso, la fiesta ha de terminar con un baile; Weber comienza un vals (hasta qué punto se sentía cómodo con esta forma, nueva para la época, lo demuestra su Invitación a la danza, de 1819), vals que, para adecuarse al medio, suena un poco campesino, provinciano. Sólo Max se queda atrás cuando todos se dirigen al interior de la taberna. Oscurece. Con una violenta agitación interior recuerda los tiempos en que recorría alegremente los bosques y los campos y ninguna de sus balas fallaba. La alegre y confiada melodía se interrumpe, de repente suena un acorde que en esta ópera indica siempre la presencia de un poder sobrenatural. Es como si en la profunda oscuridad que ha caído, entre los matorrales, anduviera una figura demoníaca inadvertida por Max. El honrado aprendiz de cazador siente una presencia opresiva de la que no puede defenderse. Kaspar regresa con él. A pesar de que Max, en lo más profundo de su alma, desconfía de su misterioso compañero, se deja llevar por su charla. Max conoce las anécdotas sobre las balas mágicas; ha oído decir que los cazadores desleales vendieron su alma al diablo y obtuvieron a cambio siete balas. Seis que aciertan infaliblemente según los deseos del cazador; pero la séptima la dirige el maligno. Max se angustia cuando Kaspar orienta la conversación hacia el tema de la prueba de tiro, que será al día siguiente. Quiere regresar a su casa, pero Kaspar se las arregla para retenerlo. ¿Qué diría Agathe, que espera un buen signo para el día siguiente, si Max regresa sin una sola presa? Kaspar señala un lugar alto en el cielo casi oscuro; allí vuela en círculos un ave de rapiña. Max rechaza la propuesta, el águila está fuera del alcance de cualquier escopeta. Pero Kaspar le pone su arma en las manos, y Max dispara casi involuntariamente. El gigantesco pájaro cae muerto a sus pies. Kaspar tiene completamente en sus manos a Max, que está preocupado por su futuro y por el de Agathe. Lo cita a medianoche en el monte de los lobos. El acto termina con un canto triunfal de Kaspar, aliado del mal.
El acto segundo se desarrolla en la casa del guardabosque, aquella misma noche. El cuadro del fundador de la familia ha caído de la pared y ha herido ligeramente a Agathe en la frente. Agathe ve en ello una mala señal (sin saber que en el mismo instante Max ha abatido al águila con una bala mágica de Kaspar), pero la encantadora Ánnchen entona la alegre canción «Kommt ein schlanker Bursch gegangen», cuya poesía y música populares han contribuido tanto al éxito de esta ópera. Luego deja sola a Agathe, que es más tranquila y más seria que ella; Agathe, atribulada por una preocupación inexplicable, espera a su amado con nerviosismo. Entona una gran aria, que se cuenta entre lo más bello que ha producido la ópera romántica alemana: después de un breve recitativo sigue una oración íntima: «Leise, leise, fromme Weise». Pero el corazón de Agathe no quiere tranquilizarse. Llena de angustia, oye los ruidos de la noche, hasta que por fin oye pasos, y el aria termina con la melodía jubilosa que ya había coronado la obertura. Entra Max, visiblemente preocupado. Rápidamente enseña a su novia el águila abatida. Agathe se angustia porque el joven tiene que irse en seguida, supuestamente para ocultar un ciervo muerto en el monte de los lobos. Una tormenta parece estar a punto de desatarse y las dos jóvenes intentan inútilmente retener al cazador. El cuadro siguiente describe el monte de los lobos de noche y se cuenta entre las escenas más grandiosas de la ópera romántica. Muestra un paisaje lúgubre: troncos de árboles abatidos por el rayo, el bosque lleno de búhos donde constantemente se encienden misteriosas luces mientras el agua de las cascadas cae en el abismo. La pálida luna aparece detrás de las nubes de tormenta. Coros invisibles subrayan lo inquietante de la escena. Kaspar está ocupado con ceremonias mágicas; construye un círculo de piedras alrededor de una calavera. Aparece Samiel, el diablo, en figura de «cazador negro». El plazo de Kaspar ha terminado. Su vida será prolongada sólo si consigue llevar una nueva víctima. Kaspar ofrece el alma de Max. El diablo acepta. Aparece Max, al principio retrocede asustado, pero pronto, con gran sufrimiento en el alma, se sienta al lado de Kaspar, que prepara la magia. Weber y su libretista rodearon esta escena de la lobera con abundancia de horrores románticos, especificaron con exactitud los fenómenos que debían aparecer y los dotaron de la música correspondiente. La tormenta estalla mientras se funden las balas con que Max espera conseguir al día siguiente la casa del guardabosque y la novia. En el punto culminante del sortilegio aparece el diablo. Entonces suena la una, la aparición se desvanece, la naturaleza se calma y Max se levanta.
El acto tercero se desarrolla otra vez en la casa del guardabosque Kuno. Después de la noche de tormenta ha comenzado el día en que Agathe debe unir su destino al de Max, si el joven cazador pasa con acierto la prueba de tiro. Una íntima cavatina expresa los sentimientos puros de la novia. Ánnchen entra en la habitación. Agathe le confía sus preocupaciones: ha tenido sueños inquietantes. De nuevo es Ánnchen, con su alegre humor, quien trata de eliminar las arrugas de la frente de Agathe, esta vez con la cómica descripción de un sueño y una alegre canción. Ya se acercan las doncellas de honor de la novia; su melodía se ha hecho muy popular. Los malos presagios no dejan de angustiar a Agathe: el cuadro del viejo Kuno ha vuelto a caerse de la pared la noche de la tormenta, y cuando Ánnchen quiere sacar de la caja la corona de novia, ve con horror que es una corona fúnebre. Rápidamente teje un adorno para el cabello de la novia con las rosas blancas que le ha regalado un piadoso eremita; y las muchachas vuelven a entonar la canción de la corona de la doncella. El último cuadro muestra un bello paisaje boscoso. En las tiendas del príncipe se han reunido huéspedes encumbrados. Un animado coro masculino saluda a Ottokar y su séquito, que han ido a la prueba de tiro. El príncipe señala una paloma blanca posada en un árbol cercano: ella será el blanco de Max. Poco antes, el joven ha dado sorprendentes pruebas de puntería. El blanco parece fácil. Pero cuando dispara suenan dos gritos y dos personas caen al suelo: Agathe, que acaba de llegar, y Kaspar, que estaba oculto detrás de los árboles. El horror se apodera de todos los presentes. Max se ha arrodillado junto a Agathe, que pronto vuelve en sí: Kaspar en cambio se revuelve en su propia sangre; muere maldiciendo al cielo y a Samiel, que lo ha traicionado. Max confiesa su error, y Ottokar quiere desterrarlo de por vida. Entonces sale del bosque el eremita, venerado por todos como hombre santo. Se manifiesta contra la prueba de tiro, que ha puesto en manos del diablo a un joven honrado y ha destruido la felicidad de dos jóvenes. Max ha pecado por amor. Que el príncipe le conceda un plazo. Si continúa siendo honrado, la casa del guardabosque y la muchacha deberían pertenecerle. El príncipe se inclina ante el sabio eremita. Que así sea y que nunca más sea necesaria una prueba de tiro para conocer el valor de un hombre.
Fuente: El joven romanticismo alemán tenía predilección por las historias de espíritus y de fantasmas. La existencia de fuerzas sobrenaturales en la naturaleza fue tema de innumerables historias, novelas y piezas de teatro. Weber conocía ampliamente esta literatura y sobre todo una historia que trataba de una boda que había estado a punto de suspenderse por culpa de un maleficio. Fue él quien dio a su libretista la idea de Der Freischütz.
Libreto: Weber participó también en la elaboración del libreto, como sabemos por sus cartas. Era un hombre profundamente religioso, y tal vez no nos equivocamos si suponemos que fue él quien modificó en sentido cristiano esta historia tomada del Gespensterbuch de Apel. En Der Freischütz-, el hombre bueno —aquí la pureza de Agathe— está bajo la protección del cielo; el poder del mal (que triunfa en la historia de Apel) se quiebra contra la fortaleza de la fe. El libretista Kind no era un gran poeta, pero poseía una vena natural y popular con cuyo auxilio dio a la obra el atractivo que la hizo famosa y apreciada. La naturaleza y el paisaje son más que decorados: son el terreno en que florece el argumento y cobran vida los personajes. Sobre todo es el bosque alemán el que encuentra en Der Freischütz su transfiguración romántica. Es el lugar de la paz interior, de la reflexión y la meditación, de los sueños no turbados, de los sentimientos nobles, de la vida misteriosa, apartada de la cotidianidad, pero también es el escenario de los espíritus, del maleficio, de las acciones nocturnas de los fantasmas: un mundo aparte en el que el primer romanticismo pudo dar vida a sus anhelos. Por otro lado, la concepción de los caracteres es algo simple e ingenua, pero ha creado tipos que produjeron una fuerte impresión en la parte más sencilla del público y que todavía hoy convencen; de hecho, apenas han perdido popularidad.
Música: La parte más exigente del público se atiene a la música. Todas las virtudes de Weber, que al mismo tiempo son las virtudes del romanticismo, tienen aquí su más bella expresión: la melodía vital, entusiasta, tierna, conmovedora, con carácter y noble; la armonía concentrada en puntos de tensión, en el camino que va de Mozart a Wagner (que ya se anuncia), pasando por Beethoven. El teatro musical alemán no conocía hasta entonces ninguna forma que no fuera el Singspiel: números cantados unidos por abundantes pasajes hablados. Pero Weber intenta ya síntesis musicales más largas, como se ve claramente, por ejemplo, en la escena del monte de los lobos (que a su vez tiene un precedente innegable en la escena del orador de La flauta mágica de Mozart). Weber poseía el don —y ésa es tal vez su ventaja más grande, entre muchas otras— de inventar melodías que poco después de su aparición podían quedarse en el oído y en el corazón del oyente. Pocas óperas tienen tantas piezas que se han vuelto populares como Der Freischütz; es innecesario enumerarlas, pues incluso hoy son casi tan conocidas como en la época de su creación. El arte de la instrumentación de Weber merece que digamos algo. Como director de orquesta supo lograr nuevos matices sonoros para la orquesta. También en este ámbito seria difícil pensar en un Wagner sin Weber. Sin embargo, considerar a Weber sólo como un eslabón entre los más grandes, Mozart, Beethoven y Wagner, seria injusto. Weber es lo bastante importante para ocupar un lugar en la historia de la música muy cercano a esos maestros. Las partes que creó en Der Freischütz son fundamentales para cualquier cantante de habla alemana; el tierno lirismo de la «dramática juvenil» Agathe; la movilidad dramática y vocal de la tiple ligera Ánnchen; el tenor expresivo y casi «heroico» de Max; Kaspar, el prototipo del malvado. Por lo tanto, una pieza magistral, tanto para los cantantes jóvenes como para el público juvenil.
Historia: En la primavera de 1810, Weber permaneció en el castillo de Neuburg, cerca de Heidelberg; allí leyó el Gespensterbuch de August Apel y Friedrich Laun, recién aparecido. Es posible que la idea de hacer una ópera con la historia de «El cazador furtivo» se concibiera ya entonces. Preparó un guión con este argumento, basado probablemente en un juicio celebrado en Bohemia en 1710. Pero el plan descansó durante siete años. Sólo en febrero de 1817 habló Weber sobre él con el ex abogado Johann Friedrich Kind, que había adoptado el oficio de poeta. De una carta del 19 de febrero de ese mismo año se desprende que Kind emprendió el trabajo de inmediato; de común acuerdo, la ópera habría de llamarse Der Probesschuss, «La prueba de tiro». Gracias a Weber, sabemos que el 3 de marzo el libreto estaba terminado y que le habían cambiado el título por el de Die Jagersbraut, «La novia del cazador». El compositor comenzó a escribir la música el 2 de julio de 1817, pero es posible que ya hubiera concebido algunas melodías. El trabajo duró casi tres años, ninguna otra obra del compositor había exigido tanto tiempo; el 13 de mayo de 18l0 quedó terminada la partitura.
El estreno en el Teatro Real de Berlín, el 18 de junio de 1821, no sólo significó la indiscutible victoria de Weber, sino una de las fechas más importantes de la historia de la ópera alemana. El entusiasmo por la nueva obra repercutió ampliamente y se basó en diferentes sentimientos: el musical y, no en último término, el nacional. Era la época en que crecía la conciencia nacional alemana, que había cristalizado en la lucha contra Napoleón y tendía cada vez más nítidamente hacia la unión política del imperio. Con esta conciencia había igualmente una fuerte movilidad social: las mejores fuerzas de la burguesía fortalecían sus posiciones frente a la debilitada aristocracia. Por este motivo, Der Freischütz, que contiene muchas de estas cosas, se convirtió en la expresión ideal de la joven burguesía nacionalista, su éxito superó al de la mayor parte de las óperas románticas alemanas de entonces, pues había acertado plenamente al describir el espíritu de la época: a pesar del estilo «alemán», esta obra cruzó rápidamente las fronteras. Se sabe que en 1824 fue representada en Londres nada menos que en nueve teatros a la vez, lo que hoy parece casi increíble. En 1825, ya había llegado a Nueva York. Hoy su difusión es totalmente internacional